Nos están mirando

Por Nat Martinez

“Nos están mirando” – un proyecto fotográfico iniciado en las calles que suben y bajan de San Francisco. Ojos que le dan vida a objetos inanimados.

Cuando uno viaja a una ciudad que no conoce va en la búsqueda de su rincón, su escondite, su lugar más preciado donde depositar sus secretos.

En mi caso: escribo mucho, pienso otro tanto, observo e invento historias de la gente al pasar, me hago películas con los libros que leo. Y saco fotos, en cantidades.

Uno cree que está solo o solitario. Pero no, nos están observando, todo el tiempo.

Papounet

Suelo decir que vivo una vida de “The Truman Show”. Me pasan cosas mágicas: se cruzan personas, imágenes, música, lugares que pasaron primero por un simple sueño o pensamiento. Todo el tiempo. A veces me da miedo pensar que sigo un libreto de vida al pie de la letra. Y otras tantas me río y disfruto la sorpresa.

Nos conocimos con Papounet en una callecita cerca de mi casa por una semana en París. La Butte Aux Cailles – algo que la propietaria del departamento definió como “la zona más nueva y viva de la ciudad”. Donde está la pomada, el imán de los jóvenes, la explosión de lo que se viene. En mis notas del viaje, yo estuve algo de acuerdo.

Papounet vino conmigo en esta imagen porque me miraba picarón, porque fue un guiño a lo que estaba viviendo ese día. Y porque en ese viaje estaba leyendo Papillon, un libro TERRIBLE que encontré entre los libros que heredé de mi abuelo.

En mi francés limitado, Papounet me suena a Papillon. Y ese día me pareció que a alguien que está escribiendo el libreto le pareció gracioso que nos crucemos.

Cortesía: Nat Martinez

Motorcycle Emptiness

La calle adoquinada fue testigo de su enfrentamiento. Las veredas maltrechas, con sus baldosas partidas, presenciaron en silencio el ocaso de una dinastía intocable en el barrio de Villa Crespo.

El ruso Luchinsky, con su camperón azul y amarillo a rayas furiosas, imponía el terror entre los vecinos, que ya cansados estaban de sus reiteradas fechorías. Thames era suya, entre Corrientes y Córdoba. Canning y Dorrego completaban el cuadrilátero. Su dominio era absoluto; su ambición, infinita.

Hacía unos años que «El Colorado» Jmelnitsky, desde su taller mecánico de la calle Loyola, conspiraba contra su hegemonía. Aquella tarde de otoño un combate sobre dos ruedas los puso frente a frente. Y fue una suerte de justa medieval motorizada la que resolvió el pleito a favor del pelirrojo.